¡Espera en el Señor!
Hemos llegado a la última semana de este trimestre, en el que estudiamos los salmos. En este viaje espiritual, pasamos por la experiencia del sobrecogimiento ante el majestuoso Creador, Rey y Juez; por el gozo de la liberación divina, el perdón y la salvación; por momentos de entrega en el dolor y el lamento; y por las gloriosas promesas de la presencia eterna de Dios y el anhelo de la adoración perpetua y universal a Dios. Sin embargo, el viaje continúa mientras vivamos en la esperanza de la venida del Señor, cuando nuestro anhelo de Dios hallará su cumplimiento definitivo. Si hay una nota final que podamos extraer de los salmos, debería ser “espera en el Señor”.
Esperar en el Señor no es una espera ociosa ni desesperada. Al contrario, esperar en el Señor es un acto lleno de confianza y fe; una confianza y una fe que se revelan en la acción. Esperar en el Señor transforma nuestras noches tenebrosas con la expectación de la mañana radiante (Sal. 30:5; 143:8). Fortalece nuestro corazón con una esperanza y una paz renovadas. Nos motiva a trabajar con más ahínco al traer las gavillas de la abundante cosecha de los campos misioneros del Señor (Sal. 126:6; Mat. 9:36-38). Esperar en el Señor nunca nos avergonzará, sino que se recompensará con creces, porque el Señor es fiel a todas sus promesas (Sal. 37:7-11, 18, 34; 71:1; 119:137, 138).
Sábado 23 de marzo
Recordemos que la oración es la fuente de nuestra fuerza. Un obrero no puede tener éxito mientras repite apresuradamente sus oraciones, para precipitarse luego a atender algo que teme pueda quedar descuidado u olvidado. Dedica solamente unos pocos pensamientos apresurados a Dios, no toma tiempo para meditar, orar y aguardar del Señor una renovación de la fuerza física y espiritual. Pronto se cansa. No siente la influencia elevadora e inspiradora del Espíritu de Dios. No queda vigorizado por una vida nueva. Su cuerpo y cerebro cansados no son aquietados por el contacto personal con Cristo.
“Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón: sí, espera a Jehová”. “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” Salmo 27:14; Lamentaciones 3:26. Hay quienes trabajan todo el día y hasta tarde en la noche para hacer lo que les parece que debe ser hecho. El Señor mira con lástima a estos cansados portadores de cargas y les dice: “Venid a mí… y yo os haré descansar”. Mateo 11:28
(Testimonios para la iglesia, t. 7, p. 231).
Esperemos todos en el Señor, y él nos enseñará cómo trabajar. Nos revelará la obra para la que estamos mejor adaptados. Esto no inducirá a los hombres a iniciar algo con espíritu independiente, a predicar nuevas teorías. En este tiempo, cuando Satanás está tratando de anular la ley de Dios por medio de la exaltación de la falsa ciencia, necesitamos guardarnos muy cuidadosamente de todo lo que tienda a disminuir nuestra fe y a dispersar nuestras fuerzas. Como colaboradores de Dios debemos estar en armonía con la verdad y con nuestros hermanos. Debe haber consultas y cooperación.
Aun en medio de los mayores engaños de los últimos días, cuando se están por realizar milagros engañosos a la vista de los hombres en apoyo de teorías satánicas, tenemos el privilegio de escondernos en Cristo Jesús. Es posible que busquemos y obtengamos salvación. Y en este tiempo extraordinariamente peligroso debemos aprender a permanecer solos, con nuestra fe fija, no en la palabra del hombre, sino en las seguras promesas de Dios
(Testimonios para los ministros, pp. 490, 491).
Muchos aun en sus momentos de devoción, no reciben la bendición de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apremiados. Con pasos presurosos penetran en la amorosa presencia de Cristo y se detienen tal vez un momento, mas no esperan consejo. No tienen tiempo para permanecer con el divino Maestro. Vuelven con sus preocupaciones al trabajo…
Nuestra necesidad no consiste en detenernos un momento en su presencia, sino en tener relación personal con Cristo, sentarnos en su compañía (La fe por la cual vivo, p. 227).
Tal vez una de las mayores tensiones de la vida sea el estrés de la espera. No importa quiénes seamos, dónde vivamos o cuál sea nuestra posición en la vida, a veces, todos tenemos que esperar. Desde esperar en la fila de una tienda hasta esperar para oír un pronóstico médico; esperamos, y no siempre nos gusta hacerlo, ¿verdad? ¿Qué ocurre, entonces, cuando esperamos en Dios? La noción de esperar en el Señor no solamente se encuentra en Salmos, abunda en toda la Biblia. La palabra clave es perseverancia. La perseverancia es nuestro compromiso supremo de negarnos a sucumbir al miedo ante la desilusión de que, por alguna razón, Dios no vendrá por nosotros. El hijo leal de Dios espera, sabiendo con certeza que Dios es fiel; y los que esperan en él pueden confiar en que, si le entregamos nuestra situación, podemos estar seguros de que la resolverá para nuestro bien, aunque en ese momento no lo veamos necesariamente así.
Esperar en el Señor es más que simplemente aguantar. Es un profundo anhelo de Dios que se compara con la sed intensa en tierra seca (Sal. 63:1). El salmista espera muchas bendiciones de Dios, pero su anhelo de acercarse a su Dios supera cualquier otro deseo y necesidad en la vida.
Como leemos en este sorprendente pasaje de Romanos, Dios y toda la Creación esperan la renovación del mundo y el bendito encuentro entre Dios y su pueblo en el tiempo del fin. Pablo escribe: “La creación aguarda con profundo anhelo que los hijos de Dios sean revelados” (Rom. 8:19).
¡Qué promesa tan increíble!
No obstante, mientras esperamos la salvación definitiva y la reunión con Dios, aunque “todas las criaturas gimen a una, y a una sufren dolores como de parto” (Rom. 8:22), el Señor habita con su pueblo ahora, por medio del Espíritu Santo.
Mientras tanto, se nos llama a dar testimonio (Hech. 1:4-8) del Plan de Salvación, que concluirá con una nueva Creación. Esa nueva Creación, en última instancia, es lo que estamos esperando: el cumplimiento final de nuestras esperanzas como cristianos adventistas. El mismo nombre, Adventista, abarca la idea de la esperanza que aguardamos. Esperamos, pero sabemos que no es en vano. La muerte y la resurrección de Cristo, en su primera venida, es nuestra garantía de su segunda venida.
Domingo 24 de marzo
Aguarden en Jehová; y lo repito: Aguarden en el Señor. Podemos pedir a los agentes humanos y no recibir. Podemos pedir a Dios y Él dice: “Recibirás”. En consecuencia, saben a quién acudir, saben en quién confiar. No deben confiar en el hombre o poner a la carne por su brazo. Descansen tan completamente como quieran sobre el Poderoso que ha dicho: “¿Forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo”. Isaías 27:5. Entonces, aguarden y velen y oren manteniendo su rostro constantemente vuelto hacia el Sol de justicia.
Permitan que los brillantes rayos del rostro de Jesús resplandezcan en sus corazones, y resplandezcan sobre otros a través de ustedes. “Ustedes son la luz de este mundo… Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo”. Mateo 5:14-16 (DHH). Debemos presentar a Cristo delante de la gente
(Reflejemos a Jesús, p. 111).
Podemos llevarle nuestros pequeños problemas y perplejidades tanto como nuestras preocupaciones mayores. Cualquier cosa que nos turbe o aflija debemos llevar al Señor en oración.
Calmada, pero fervientemente, el alma deberá dirigirse a Dios, y dulce y permanente será la influencia que emana de Aquel que ve en secreto, cuyo oído está abierto a la oración que brota del corazón. El que en fe sencilla mantiene comunión con Dios, allegará para sí divinos rayos de luz para fortalecerlo y sostenerlo en el conflicto con Satanás.
Si mantenemos al Señor constantemente delante de nosotros, permitiendo que nuestros corazones expresen el agradecimiento y la alabanza a él debidos, tendremos una frescura perdurable en nuestra vida religiosa. Nuestras oraciones tomarán la forma de una conversación con Dios, como si habláramos con un amigo. Él nos dirá personalmente sus misterios. A menudo nos vendrá un dulce y gozoso sentimiento de la presencia de Jesús. La oración aparta los ataques de Satanás
(The Faith I Live By, p. 225; parcialmente en La fe por la cual vivo, p. 227).
Después de hecha la oración, si no obtenemos inmediatamente la respuesta, no nos cansemos de esperar, ni nos volvamos inestables. No vacilemos. Aferrémonos a la promesa: “Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará”. 1 Tesalonicenses 5:24. Como la viuda importuna, presentemos nuestros casos con firmeza de propósito. ¿Es importante el objeto y de gran consecuencia para nosotros? Por cierto que sí. Entonces, no vacilemos; porque tal vez se pruebe nuestra fe. Si lo que deseamos es valioso, merece un esfuerzo enérgico y fervoroso. Tenemos la promesa; velemos y oremos. Seamos firmes, y la oración será contestada; porque, ¿no es Dios quien ha formulado la promesa? Cuanto más nos cueste obtener algo, tanto más lo apreciaremos cuando lo obtengamos. Se nos dice claramente que si vacilamos, ni podemos pensar que recibiremos algo del Señor. Se nos recomienda aquí que no nos cansemos, sino que confiemos firmemente en la promesa. Si pedimos, él nos dará liberalmente, sin zaherir (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 119).
El pueblo de Dios vive en un mundo que aflige a los fieles, un mundo lleno de tentaciones y dificultades para casi todos. Una renovada convicción de que es hijo de Dios y que depende de Dios para su vida consuela al salmista y lo lleva a confesar que su orgullo no tiene valor. Lo engañoso del orgullo es que hace que los orgullosos se vuelvan egocéntricos e incapaces de ver más allá de sí mismos. Así, el orgulloso se ciega ante la realidad superior de Dios.
En cambio, los justos elevan su vista a Dios (Sal. 123:1, 2). El reconocimiento de la grandeza de Dios los hace humildes y libres del egoísmo y la vana ambición. El salmista confiesa que no busca “grandezas” ni “cosas demasiado sublimes” (Sal. 131:1). Estas expresiones describen las obras de Dios en el mundo que sobrepasan la comprensión humana. La ciencia moderna nos ha demostrado que incluso las cosas más “sencillas” pueden ser increíblemente complicadas y estar mucho más allá de nuestra comprensión, al menos por ahora. De hecho, hay una gran ironía: cuanto más aprendemos del mundo físico, mayores son los misterios que aparecen ante nosotros.
Mientras tanto, la metáfora de Salmo 131:2, “como un niño destetado se aquieta en brazos de su madre”, es una poderosa imagen de alguien que encuentra la calma y que se tranquiliza ante el abrazo de Dios. Señala la relación de amor que un niño tiene con su madre en las distintas etapas de su vida.
Al “destetarnos” de las ambiciones insustanciales y del orgullo, Dios nos presenta el alimento sólido, que consiste en “hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Juan 4:34; también Heb. 5:12-14). La confianza infantil descrita en Salmo 131 es una fe madura que ha sido probada por las dificultades de la vida y que ha descubierto que Dios es fiel a su Palabra.
Al final, la atención del salmista se centra en el bienestar del pueblo de Dios. En definitiva, se nos llama a utilizar nuestra experiencia con Dios para fortalecer a su iglesia. Es decir, aquello que hemos aprendido personalmente, la fidelidad y la bondad de Dios, podemos compartirlo con otros que, por alguna razón, todavía luchan con su fe. Nuestro testimonio acerca de Cristo puede darse incluso dentro de la propia iglesia, donde muchos necesitan conocerlo personalmente.
Lunes 25 de marzo
No debemos permanecer siempre en calidad de niños en nuestro conocimiento y experiencia de las cosas espirituales. No hemos de expresarnos siempre en el lenguaje del que acaba de recibir a Cristo, sino que nuestras oraciones y exhortaciones deberían crecer en inteligencia a medida que aumenta nuestra experiencia en la verdad…
[C]uando llegue el último gran día, y veamos lo que deberíamos haber alcanzado si hubiéramos aprovechado las ventajas que el Cielo nos concedió, cuando veamos cómo debimos crecer en gracia, y consideremos esas cosas como Dios las considera, cuando veamos lo que hemos perdido al no crecer hasta llegar a la estatura de hombres y mujeres en Cristo, desearemos haber sido más fervientes y más decididos a alcanzar el precio de nuestra elevada vocación en Cristo Jesús.
El Señor quiere que vosotros comprendáis la posición que ocupáis como hijos e hijas del Altísimo, hijos del Rey celestial
(Sons and Daughters of God, p. 330; parcialmente en Hijos e hijas de Dios, p. 332).
La germinación de la semilla representa el comienzo de la vida espiritual, y el desarrollo de la planta es una bella figura del crecimiento cristiano. Como en la naturaleza, así también en la gracia no puede haber vida sin crecimiento. La planta debe crecer o morir. Así como su crecimiento es silencioso e imperceptible, pero continuo, así es el desarrollo de la vida cristiana. En cada grado de desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta; pero, si se cumple el propósito de Dios para con nosotros, habrá un avance continuo. La santificación es la obra de toda la vida. Con la multiplicación de nuestras oportunidades, aumentará nuestra experiencia y se acrecentará nuestro conocimiento. Llegaremos a ser fuertes para llevar responsabilidades, y nuestra madurez estará en relación con nuestros privilegios.
La planta crece al recibir lo que Dios ha provisto para sustentar su vida. Hace penetrar sus raíces en la tierra. Absorbe la luz del sol, el rocío y la lluvia. Recibe las propiedades vitalizadoras del aire. Así el cristiano ha de crecer cooperando con los agentes divinos. Sintiendo nuestra impotencia, hemos de aprovechar todas las oportunidades que se nos dan para adquirir una experiencia más amplia. Así como la planta se arraiga en el suelo, así hemos de arraigarnos profundamente en Cristo
(Palabras de vida del gran Maestro, pp. 45, 46).
Dios acerca a los suyos a sí mismo mediante pruebas difíciles, mostrándoles su propia debilidad e incapacidad y enseñándoles a confiar en él como su única ayuda y salvaguardia. Así logra su objetivo. Así quedan preparados para que se los emplee en cualquier emergencia, para desempeñar importantes puestos de confianza y para lograr los grandes fines para los cuales les fueron dadas sus facultades. Dios prueba a los hombres a la derecha y a la izquierda, y así los educa, prepara y disciplina. Jesús, nuestro Redentor, representante y cabeza del hombre, soportó este proceso de prueba. Sufrió más de lo que nosotros podemos ser llamados a sufrir. Llevó nuestras enfermedades y fue tentado en todo como nosotros. No lo sufrió por su propia culpa, sino por causa de nuestros pecados; y ahora, fiando en los méritos de nuestro Vencedor, podemos llegar a ser vencedores en su nombre (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 89).
Las liberaciones milagrosas del Señor en el pasado son una fuente inagotable de inspiración para el pueblo de Dios y su fuente de esperanza para el futuro. La liberación del pasado fue tan grande que podría describirse como un sueño hecho realidad (Isa. 29:7, 8). Observa que la generación que alaba al Señor en Salmo 126 por la liberación del cautiverio de su pueblo en el pasado (Sal. 126:1) está actualmente en cautiverio (Sal. 126:4).
Sin embargo, el gozo y el alivio del pasado se reviven mediante cantos y se vuelven propios en la experiencia actual. Las nuevas generaciones mantienen viva la historia bíblica al considerarse presentes entre quienes presenciaron los acontecimientos de primera mano. Por lo tanto, una fe viva valora los grandes hechos de Dios por su pueblo en el pasado como algo que el Señor ha hecho por nosotros, y no simplemente como cosas que el Señor hizo por ellos (las generaciones pasadas de creyentes).
De hecho, el recuerdo del pasado estimula una esperanza renovada para el presente. La imagen de “los arroyos del desierto” (Sal. 126:4) es una poderosa metáfora de la acción repentina y poderosa de Dios en favor de su pueblo. El sur de Judá era una región árida y desértica. Los arroyos se formaban de repente y se llenaban de aguas caudalosas tras las fuertes lluvias de la estación lluviosa. Las lluvias tempranas y las tardías desempeñaban un papel crucial en el éxito del año agrícola (Deut. 11:14; Deut. 28:12). Del mismo modo, la imagen de sembrar con lágrimas y cosechar con regocijo (Sal. 126:5, 6) es una poderosa promesa de la conducción divina desde un presente difícil hacia un futuro feliz.
El final de la época de cosecha era el momento en que las antiguas peregrinaciones hebreas llevaban los frutos de la temporada al Templo de Dios en Jerusalén (Éxo. 34:22, 26). El motivo de la cosecha brindaba una potente lección espiritual al pueblo de aquella época. Del mismo modo que el duro trabajo de sembrar y cuidar los campos, huertos y viñedos se ve recompensado con la alegría de una cosecha abundante, las pruebas actuales del pueblo de Dios se verán coronadas por el gozo de la salvación en el tiempo del fin. La imagen de la gran cosecha apunta a la restauración del Reino de Dios en la Tierra en la segunda venida de Cristo (Amós 9:13-15; Mat. 9:37). Sin embargo, aquí también surge el tema de la espera. Al igual que con la cosecha, debemos esperar para ver el fruto y los resultados de nuestra labor.
Martes 26 de marzo
Si los mensajeros escogidos del Señor hubiesen de aguardar que todo obstáculo fuese quitado de su camino, muchos no irían en busca de las ovejas dispersas. Satanás presentará muchas objeciones para impedirles que cumplan su deber. Pero ellos han de salir por la fe, confiando en Aquel que los ha llamado a su obra, y él abrirá el camino delante de ellos, hasta donde sea para el bien de ellos y su propia gloria. Jesús, el gran Maestro y Modelo, no tenía dónde reclinar la cabeza. Su vida fué una existencia de trabajo, tristeza y sufrimiento; y luego se dio a sí mismo por nosotros. Los que, en lugar de Cristo, ruegan a las almas que se reconcilien con Dios, los que esperan reinar con Cristo en la gloria, deben contar con que participarán de sus sufrimientos aquí. “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”. Salmo 126:5, 6
(Primeros escritos, pp. 63, 64).
Muchas veces nosotros [Santiago y Elena White] nos sentimos desilusionados en nuestras expectativas, pero cuando vemos que el Señor colabora con nuestros esfuerzos, y las almas acuden a Cristo, nos olvidamos del cansancio, las desilusiones y las pruebas que enfrentamos en relación con esta obra, y nos sentimos honrados porque Dios nos permite tener una parte en ella. Tuvimos algunas reuniones de oración muy preciosas con algunas personas que estaban muy desanimadas y casi desesperadas [en un congreso celebrado en Iowa]. Nos regocijamos con ellos cuando la luz resplandeció en las entenebrecidas cámaras del alma. Ciertamente el Señor animó nuestros corazones y nos fortaleció para nuestra gran obra.
Asciendan sus oraciones… hasta el cielo en nuestro favor, para que Dios traiga al conocimiento de la verdad las almas que están en las tinieblas del error. En cada página de la Palabra de Dios resplandece luz preciosa. Es nuestra consejera. Cuando estudiamos sus páginas con el ferviente deseo de saber cuál es nuestro deber, los ángeles están junto a nosotros para impresionar la mente y fortalecer la imaginación de manera que percibamos las cosas sagradas reveladas en la Palabra de Dios
(Cada día con Dios,, p. 172).
En Dios debemos confiar. … Dios tiene al mundo en su mano. Tenemos a Dios de nuestro lado. Todo el cielo espera y anhela nuestra colaboración. El Señor es supremo. ¿Por qué temeremos? El Señor es todopoderoso. ¿Por qué temblaremos? En el pasado, Dios ha librado a su pueblo, y él será nuestro ayudador si nos levantamos en su fortaleza y avanzamos con decisión…
Trabajemos como nunca antes. Coloquemos el yo a un lado, y aferrémonos de Cristo por fe. Revelémoslo ante el mundo como el que es hermoso y señalado entre diez mil (A fin de conocerle, p. 344).
La alabanza a Dios por las grandes obras de sus manos (Sal. 92:4, 5) y la descripción edénica de los justos (Sal. 92:12-14) señalan claramente a la Creación, el primer aspecto que conmemora el sábado. El salmo también ensalza al Señor por su victoria sobre los enemigos, como Dios de justicia (Sal. 92:7-15), y refuerza así la segunda faceta del sábado: la redención del mal (Deut. 5:12-15). De esta manera, Salmo 92 ensalza a Dios por su Creación en el pasado y por sostener el mundo en la actualidad, y apunta a la esperanza final de la paz y el orden divinos por toda la eternidad.
El pueblo puede disfrutar del descanso sabático porque Dios es el “Altísimo” (Sal. 92:1); su posición superior (en las alturas) le da una ventaja sin igual sobre sus enemigos.
Sin embargo, aunque es el Altísimo, el Señor no duda en descender para rescatar a quienes lo invocan. La obra de creación del Señor y, sobre todo, la redención de esa Creación, deberían inspirar a la gente a adorar a Dios y a amarlo. A fin de cuentas, vivir en una Creación caída, sin esperanza de redención, no es algo que nos entusiasme especialmente. Amamos, sufrimos, morimos... sin ninguna esperanza. Por eso, alabamos al Señor no solamente como Creador, sino también como Redentor.
El “aceite fresco” transmite la idea de la renovada devoción del salmista por servir a Dios como su siervo reconsagrado (Sal. 92:10). La unción con aceite se hacía para consagrar a personas elegidas como sacerdotes y reyes (Éxo. 40:15; 1 Sam. 10:1). Sin embargo, el salmista eligió una palabra hebrea inusual, balal, para describir su unción, que no representa típicamente la unción de los siervos de Dios, sino que denota la “mezcla” de aceite con otras partes del sacrificio (Éxo. 29:2; Lev. 2:4, 5). El uso exclusivo del balal por parte del salmista implica que este desea presentarse a sí mismo como sacrificio vivo ante el Señor y consagrar todo su ser a Dios (Rom. 12:1).
No es sorprendente encontrar pensamientos acerca de la consagración en un salmo dedicado al sábado, porque el sábado es la señal de que el Señor santifica a su pueblo (Éxo. 31:13). Las imágenes de palmeras y cedros del Líbano representan al pueblo de Dios que crece en la fe y en la verdadera apreciación de los maravillosos propósitos y el amor de Dios. El sábado es la señal del Pacto eterno del Señor con su pueblo (Eze. 20:20). Por lo tanto, el descanso sabático es esencial para el pueblo de Dios, porque lo capacita para esperar confiadamente en que el Señor cumplirá todas las promesas de su Pacto (Heb. 4:1-10).
Miércoles 27 de marzo
Puesto que el sábado es una institución recordativa del poder creador es, entre todos los días, aquel en que deberíamos familiarizarnos especialmente con Dios por medio de sus obras. En la mente de los niños, el solo pensamiento del sábado debería estar ligado al de la belleza de las cosas naturales. Feliz la familia que puede ir al lugar de culto el sábado, como Jesús y sus discípulos iban a la sinagoga, a través de campos y bosques, o a lo largo de la costa del lago. Felices los padres que pueden enseñar a sus hijos la Palabra escrita de Dios con ilustraciones obtenidas de las páginas abiertas del libro de la naturaleza; que pueden reunirse bajo los árboles verdes, al aire fresco y puro, para estudiar la Palabra y cantar alabanzas al Padre celestial
(La educación, p. 351).
La obra del cielo no cesa nunca, y los hombres no debieran nunca descansar de hacer bien. El sábado no está destinado a ser un período de inactividad inútil. La ley prohíbe el trabajo secular en el día de reposo del Señor; debe cesar el trabajo con el cual nos ganamos la vida; ninguna labor que tenga por fin el placer mundanal o el provecho es lícita en ese día; pero como Dios abandonó su trabajo de creación y descansó el sábado y lo bendijo, el hombre ha de dejar las ocupaciones de su vida diaria, y consagrar esas horas sagradas al descanso sano, al culto y a las obras santas. La obra que hacía Cristo al sanar a los enfermos estaba en perfecta armonía con la ley. Honraba el sábado
(El Deseado de todas las gentes, p. 177).
La santificación expuesta en las Santas Escrituras abarca todo el ser: espíritu, cuerpo y alma. San Pablo rogaba por los tesalonicenses, que su “ser entero, espíritu y alma y cuerpo” fuese “guardado y presentado irreprensible en el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Tesalonicenses 5:23 (VM). Y vuelve a escribir a los creyentes: “Os ruego pues, hermanos, por las compasiones de Dios, que le presentéis vuestros cuerpos, como sacrificio vivo, santo, acepto a Dios”. Romanos 12:1 (VM). En tiempos del antiguo Israel, toda ofrenda que se traía a Dios era cuidadosamente examinada. Si se descubría un defecto cualquiera en el animal presentado, se lo rechazaba, pues Dios había mandado que las ofrendas fuesen “sin mancha”. Así también se pide a los cristianos que presenten sus cuerpos en “sacrificio vivo, santo, acepto a Dios”. Para ello, todas sus facultades deben conservarse en la mejor condición posible. Toda costumbre que tienda a debilitar la fuerza física o mental incapacita al hombre para el servicio de su Creador. ¿Y se complacerá Dios con menos de lo mejor que podamos ofrecerle? Cristo dijo: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón”. Los que aman a Dios de todo corazón desearán darle el mejor servicio de su vida y tratarán siempre de poner todas las facultades de su ser en armonía con las leyes que aumentarán su aptitud para hacer su voluntad (El conflicto de los siglos, p. 466).
En los salmos, la mañana es generalmente el momento en que se anhela la redención de Dios. La mañana revela el favor de Dios, que pone fin a la larga noche de desesperación y angustia (Sal. 130:5, 6). En Salmo 143, la liberación de Dios invertirá la oscuridad presente de la muerte (Sal. 143:3) en la luz de una nueva mañana (Sal. 143:8); y el estar en la fosa (Sal. 143:7), en residir en la “tierra de rectitud” (Sal. 143:10).
La mañana de la resurrección de Jesucristo abrió las puertas a la mañana eterna de la salvación de Dios para todos los que creen en su nombre. Los discípulos de Jesús experimentaron toda la fuerza de la promesa de Salmo 30:5: “El llanto puede durar una noche, pero a la mañana viene la alegría”, cuando se encontraron con el Señor resucitado. Únicamente por el favor y el amor incondicional de Dios, nuestro llanto se transforma en alegría (Sal. 30:5, 7).
Como la estrella de la mañana anuncia el nacimiento de un nuevo día, así la fe anuncia la nueva realidad de la vida eterna en los hijos de Dios (2 Ped. 1:19). A Jesús se lo llama la estrella resplandeciente de la mañana (Apoc. 22:16), a quien esperamos ansiosamente para que establezca su Reino, en el que ya no habrá noche, maldad ni muerte (Apoc. 21:1-8, 25). A fin de cuentas, más que ninguna otra cosa, esto es lo que esperamos cuando hablamos de esperar en el Señor. Y, por cierto, la espera merece la pena.
“Sobre la tumba abierta de José, Cristo había proclamado triunfante: ‘Yo soy la resurrección y la vida’. Únicamente la Deidad podía pronunciar esas palabras. Todos los seres creados viven por la voluntad y el poder de Dios. Son receptores dependientes de la vida de Dios. Desde el más sublime serafín hasta el ser animado más insignificante, todos son abastecidos por la Fuente de vida. Solo el que es uno con Dios podía decir: ‘Tengo poder para poner mi vida, y tengo poder para tomarla de nuevo’. En su divinidad, Cristo poseía el poder para romper las ligaduras de la muerte” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 743).
Jueves 28 de marzo
Cuando la luz del cielo resplandece sobre el instrumento humano, su rostro expresará la alegría del Señor que mora en su alma. Es la ausencia de Cristo en el alma la que hace que la gente se entristezca y albergue dudas en su mente. Es la carencia de Cristo lo que entristece el rostro y hace de la vida un peregrinaje de suspiros. La alegría es la clave de la Palabra de Dios para todos los que la reciben. ¿Por qué? Porque tienen la luz de la vida. La luz da alegría y regocijo, y este último se manifiesta en la vida y el carácter
(Hijos e hijas de Dios, p. 202).
La fe en el amor de Dios y en su providencia soberana alivia las cargas de ansiedad y cuidado. Llena de regocijo y de contento el corazón de los encumbrados y los humildes. La religión tiende directamente a fomentar la salud, alargar la vida y realzar nuestro goce de todas sus bendiciones. Abre al alma una fuente inagotable de felicidad.
¡Ojalá que todos aquellos que no han escogido a Cristo se dieran cuenta de que él tiene algo que ofrecerles que es mucho mejor de lo que ellos buscan! El hombre hace a su propia alma el mayor daño e injusticia cuando piensa y obra en forma contraria a la voluntad de Dios. No se puede hallar gozo verdadero en la senda prohibida por Aquel que sabe en qué consiste lo mejor, y procura el bien de sus criaturas. El sendero de la transgresión lleva a la miseria y a la perdición; pero los caminos de la sabiduría “son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz”. Proverbios 3:17
(Historia de los patriarcas y profetas, p. 650).
¡Qué cambio el que se efectuó en los corazones de los discípulos cuando contemplaron una vez más el amado semblante de su Maestro! Lucas 24:32… Habían comprobado la sabiduría y poder de Dios, y estaban persuadidos de “que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni poderes, ni cosas presentes, ni cosas por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna otra cosa creada” podría apartarlos “del amor de Dios, que es en Cristo Jesús nuestro Señor”. “En todas estas cosas —decían— somos vencedores, y más aún, por medio de Aquel que nos amó”. “La Palabra del Señor permanece para siempre”. Y “¿quién es el que condena? ¡Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que fue levantado de entre los muertos; el que está a la diestra de Dios; el que también intercede por nosotros!” Romanos 8:38, 39, 37…
El Señor dice:… “Una noche podrá durar el lloro, mas a la mañana vendrá la alegría”. Salmo 30:5 (VM). Cuando en el día de su resurrección estos discípulos encontraron al Salvador, y sus corazones ardieron al escuchar sus palabras; cuando miraron su cabeza, sus manos y sus pies que habían sido heridos por ellos; cuando antes de su ascensión, Jesús les llevara hasta cerca de Betania y, levantando sus manos para bendecirlos, les dijera: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura”, y agregara: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Marcos 16:15; Mateo 28:20) … entonces, aunque la senda que seguían, como la que siguiera su Maestro, fuera la senda del sacrificio y del martirio, ¿habrían ellos acaso cambiado el ministerio del evangelio de gracia, con la “corona de justicia” … Aquel “que es poderoso para hacer infinitamente más de todo cuanto podemos pedir, y aun pensar”, les había concedido con la participación en sus sufrimientos, la comunión de su gozo, el gozo de “llevar muchos hijos a la gloria”, dicha indecible, “un peso eterno de gloria”, al que, dice San Pablo, nuestra “ligera aflicción que no dura sino por un momento”, no es “digna de ser comparada” (El conflicto de los siglos, pp. 349, 350).
Para estudiar y meditar: Lee Elena de White, El camino a Cristo, “El secreto del crecimiento”, pp. 99-112.
Los salmos hacen fervientes llamados a esperar en el Señor. “Descansa en el Señor, y espera tranquilo en él” (Sal. 37:7). Cuando la espera nos parezca agobiante, incierta y solitaria, recordemos a los discípulos el día de la ascensión de Jesús al Cielo (Hech. 1:4-11). Jesús fue llevado al Cielo ante sus ojos, mientras que ellos quedaron esperando a que regresara en algún día futuro y desconocido. ¿Habrá alguien que haya experimentado un anhelo más intenso de recibir la bendición de Dios que los discípulos en aquel día? Seguramente anhelaban: “Señor, llévanos contigo ahora”. Sin embargo, se les ordenó esperar la promesa del Padre y el regreso de Jesús. Si pensamos que los discípulos estaban llenos de desesperación y decepción, nos sorprenderemos. Regresaron a Jerusalén e hicieron exactamente lo que Jesús les dijo: esperaron el don del Espíritu Santo y luego predicaron el evangelio al mundo con poder (Hech. 1:12-14; 2).
El mandato de nuestro Señor de esperar en él es imposible de cumplir a menos que él haya hecho su obra en nosotros mediante el Espíritu Santo. Ningún entusiasmo humano podrá soportar la tensión que la espera impondrá a nuestro frágil ser. Únicamente una cosa soportará la tensión, y es permanecer en Jesucristo; es decir, cultivar una relación personal con él. “Si Cristo está en nuestro corazón, inducirá en nosotros ‘el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad’. Entonces actuaremos como él actuaba y manifestaremos el mismo espíritu. Amán do lo y mo rando en él, ‘creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo’. (Elena de White, El camino a Cristo, p. 112). Al seguir esperando en el Señor, encontraremos paz y satisfacción en los salmos. Nuestras oraciones y cánticos son el lugar donde el corazón de Dios y el nuestro se encuentran diariamente.
Preguntas para dialogar:
Viernes 29 de marzo
El ministerio de curación, “La disciplina de las pruebas”, pp. 373-375;
Obreros evangélicos, “El ministerio personal”, pp. 193-195.